El silencio como escenario político
En un país donde cada elección promete renovación, las ausencias también dicen mucho. Esta vez, el proceso electoral no tuvo discursos abiertamente violentos hacia la población LGBT, pero tampoco tuvo voces que los nombraran. El silencio, ese que se disfraza de neutralidad, se convirtió en el escenario político más revelador.
A diferencia de 2019 o 2020, cuando candidaturas de la población LGBT ocuparon lugares visibles en las listas, esta elección dejó fuera incluso esas presencias. Las franjas seguras, reservadas para quienes con certeza llegan al curul, fueron ocupadas por otros; Las diversidades, otra vez, quedaron en los márgenes. En tiempos donde “lo antiwoke” se volvió moda, lo no dicho también puede ser una forma de discriminación.
Las palabras que duelen
El eMonitor+, herramienta desarrollada por el PNUD para analizar la comunicación tóxica y los discursos de odio durante el proceso electoral, permitió observar una tendencia clara al analizar el debate público en redes sociales, los insultos con connotación homofóbica se usaron no para atacar directamente a la población LGBT, sino para deslegitimar a candidatos y figuras políticas. Palabras como “maricón”, “kewa”, “lari”, “puto”, “mariquita”, “parece mujercita” o “eso no es hombre” se repitieron en distintas plataformas. No hubo campañas coordinadas, páginas replicadoras, ni estrategias de ataque masivo, pero sí una persistente presencia de estos términos, usados para cuestionar la virilidad o la autoridad política de los candidatos.
Como explica Ronald Céspedes, Delegado Defensorial adjunto para Género y Diversidades, “esas palabras no se usan para agredir a la población LGBT, sino para decirle a los hombres en política que no son lo suficientemente hombres. Pero ese mensaje refuerza el prejuicio que pesa sobre nosotres”.
En distintos momentos del proceso, estos ataques marcaron picos, desde los insultos constantes hacia Evo Morales en Twitter, hoy X, dónde se refieren al exmandatario como “pedófilo y maricón”, pasando por rumores sobre la orientación sexual del hijo de Samuel Doria Medina, que más allá de ser ciertas o no, sacar a alguien del closet, es un acto violento, es un ataque una persona, a su intimidad, a su familia. No solo es guerra sucia hacia a un candidato. Finalmente llegamos a las declaraciones posteriores al triunfo en primera vuelta del PDC, donde el capitán Lara calificó de “mariconadas” las actitudes de sus oponentes.
Más que un discurso de odio, fue un lenguaje de exclusión, que posiciona y peor aun, legitima la idea de que la diversidad no tiene lugar en la política.
Voces que resisten. Lo que no se dijo, pero se sintió
Alberto Moscoso, defensor de derechos humanos y director ejecutivo de ADESPROC Libertad, señala que este fenómeno no es exclusivo de Bolivia. “No se trata solo de lo que se dice, sino de lo que no se dice. Los ataques existen, pero más grave es la omisión. Cuando no se habla de nosotres en los programas de gobierno, se nos borra de la conversación democrática.”
Moscoso considera que el nuevo escenario político ofrece una oportunidad para construir una agenda común con el Estado, pero advierte que las señales simbólicas también importan. La imagen de los nuevos líderes, acompañados por sus familias heteronormativas, refuerza una idea de ciudadanía tradicional que deja fuera a las diversidades.
Desde otro frente, Naimath Katherin Méndez, presidenta del Colectivo TLGB Bolivia, apunta a una fractura interna. “En esta elección hubo personas LGBT que apoyaron tanto a partidos de derecha como de izquierda. Lo paradójico es que quienes apoyaban a la derecha repetían discursos donde se nos minimizaba. Nos siguen llamando ‘minoría’, cuando somos un grupo históricamente excluido.”
Desde el colectivo nacional, ya se han enviado cartas al nuevo gobierno para exigir garantías sobre los derechos existentes y evitar retrocesos. “Estaremos alertas, asevera Méndez, porque lo que se calla también puede doler”.
Lo simbólico también cuenta. Política, fe y masculinidad
“Dios, Patria y Familia” fueron las palabras que Rodrigo Paz pronunció en su discurso triunfal la noche del 19 de octubre. Aunque pueden sonar inspiradoras para algunos, también representan una amenaza para las poblaciones diversas si se entiende que solo se habla de la “familia natural”.
Durante estas elecciones generales, se evidenció el resurgimiento del discurso religioso y del fundamentalismo moral como herramientas de campaña. Este fenómeno se manifestó en tres formas preocupantes: el uso de insultos homofóbicos como mecanismo de descalificación política, la instrumentalización de Dios como medida de moralidad, y un mensaje implícito de exclusión que sugiere que las personas LGBT no tienen lugar en la política.
Cada vez que se lanza un insulto como “maricón”, se transmite un mensaje indiscutible a los LGBT; Si ni siquiera estás en la arena política y ya te estamos amedrentando, mejor ni lo intentes. “No entres, no participes, no existas”.
Existimos, aunque no nos nombren
Finalmente, durante este proceso electoral, la población LGBT no fue blanco de ataques sistemáticos, pero tampoco fue parte del debate democrático. Ninguna fuerza política presentó una agenda clara de derechos sexuales y reproductivos, ni habló de las diversidades como parte del país que se quiere construir.
El silencio, en este caso, no es inocente y mucho menos neutral. Es un recordatorio de que la democracia también puede excluirnos cuando calla.
Empero, aunque la democracia cristiana esté en el poder, el futuro no se puede construir desde la exclusión.
Aunque no estemos en la agenda, estamos presentes.
Y aunque no nos nombren, seguiremos existiendo.
