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Prostitutas trans, entre luces, maquillaje y cuidarse unas a otras
Con habilidad mezclo colores y texturas sobre mi piel. Cada brochazo es una afirmación de mi identidad; sí, soy trans, y mi rostro es un lienzo dañado al que debo tapar. Abro mi armario, lleno de prendas que cuentan mis historias de noches pasadas, no olvido los pequeños detalles, este reloj dorado que se convierte en una herramienta para resguardar a mis compañeras. Abro la puerta, las calles cobran vida, bajo luces de colores me encuentro con ellas, las mismas que con tanta camaradería actúan como un destello de comprensión y protección de una realidad que a menudo nos mantiene invisibles. ¿Qué nos traerá esta noche?
“Me descubrió, no le dije que era trans y por eso aquella noche este hombre casi me mata”, contó Ana (nombre convencional), una mujer transexual de 27 años y estudiante de derecho, mantiene sus estudios a partir de las ganancias que genera con el trabajo sexual. “Fui a la policía a denunciarlo, pero me arrestaron, me golpearon, me mojaron y me gasificaron”, compartió una mujer que dijo llamarse Ana, quién luego de no acceder a los “deseos” de los policías fue agredida por los mismos, terminando detenida por más de 10 horas. Una experiencia que marcó su vida a los 19 años, pero que dio pie a plantear una duda dentro de esta comunidad. ¿Cómo podrían protegerse en un futuro?
Antes de cualquier contacto con un cliente, las damas se alertan sobre personas riesgosas, brindan información respecto a lugares seguros y comparten preservativos. Luego, se acomodan en las esquinas asignadas y cuando una de ellas es requerida, las demás inician el cronometraje. Crearon su propio lenguaje de señas, dos dedos levantados simbolizan 20 minutos; el tiempo mínimo por el que trabajan, mientras que el mantener un puño cerrado se asocia con una hora de servicio, el tiempo límite que están dispuestas a ofrecer. Si alguna de ellas no vuelve después del tiempo anticipado lo siguiente para sus compañeras es iniciar con los sondeos, llamadas y mensajes. Moira Dantes, activista y extrabajadora sexual, fue de las primeras en presentar dicha iniciativa a finales de 2015.
La mayoría de los clientes de mujeres transexuales son hombres que están en busca de una experiencia distinta, desean saciar su curiosidad. Pero se dan muchos casos de agresión verbal y psicológica, aunque son pocos los casos de agresión física en el grupo de Ana, debido a las medidas de protección que empezaron a tomar.
Actualmente existen unas 2.000 prostitutas transexuales trabajando de manera activa en la ciudad de La Paz; con ello, el 39% de la población transexual se dedica al trabajo sexual, la mayoría trabaja junto a otras compañeras en distintos barrios. “Son como pandillas, pero pandillas que solo velan por su bienestar”, dijo Antonella Navia, activista de Asotrans (Asociación que reúne personas trans y no binarias).
Daniel Durán, psicólogo de dicha asociación, ha asegurado que las razones por las que mujeres transexuales incursionan en este rubro son principalmente por abandono y falta de acceso a un trabajo estable debido a la discriminación, lo cual las lleva a tomar esta ocupación como “última opción”. Las mayoría de las trabajadoras sexuales empieza a prostituirse en la adolescencia.
Por las noches la plaza del Estudiante o la calle Sucre de La Paz son puntos de encuentro para la prostitución; sin embargo, también son puntos claves para que instituciones como Asuncami (que trabaja en apoyo a la temática del VIH-SIDA), fomente el cuidado sanitario de mujeres transexuales con un enfoque hacia la educación sexual y la detección temprana de este virus y otras enfermedades de transmisión sexual.
Personal de esta institución circula por estos lugares en autos equipados y hace pruebas rápidas para detectar el virus; también brinda información e invita a las damas a qué se dirijan hacia las oficinas principales para que sean atendidas por psicólogos y doctores que brindan sus servicios de manera gratuita.
Una realidad a menudo ignorada, en medio de las luces de la ciudad y las sombras de la inseguridad, estas mujeres encuentran poder y resistencia en su capacidad para cuidarse mutuamente. Es un acto de resiliencia, donde la solidaridad actúa como faro de luz en una realidad que a menudo intenta oscurecer sus vidas.
Isabel Alarcón es estudiante de comunicación social de la USFA. Colaboraron en esta crónica los estudiantes Marco Porcel, Ciro Tiburay y Junior Lupo.