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En Guatemala, las mujeres transgénero e indígenas quieren ser vistas y escuchadas


2023-09-29
https://www.france24.com/es/programas/en-foco/20230928-en-guatemala-las-mujeres-transg%C3%A9nero-e-ind%C3%ADgenas-quieren-ser-vistas-y-escuchadas
France 24

Cuando ya de por sí llevar la indumentaria indígena es un factor para ser apartado de la sociedad, hacerlo asumiendo otra identidad sexual que la asignada al nacer, es condenarse a sufrir todo tipo de maltrato. Las mujeres indígenas transgénero de Guatemala llevan toda la vida buscando la doble aceptación de sus identidades étnicas y de género. France 24 conoció a tres de ellas; aquí están sus historias, todas grandes ejemplos de resiliencia.

Las tortillas de Miriam Chub son doraditas y gorditas. Perfuman el aire de toda la cuadra en la remota zona 25 de la Ciudad de Guatemala. Desde las 4 de la mañana, están en preparación. Primero hay que cocer el maíz, lavarlo, amasar... Luego, Miriam pasa el día formando entre sus manos discos de masa, y cocinándolos en su comal.

Mientras se va acercando la hora del almuerzo, los clientes se multiplican. Todos la saludan amablemente y le sacan plática mientras esperan que sus tortillas estén listas para llevar.

Según Miriam, estas escenas no serían posibles en su pueblo natal. En Senahú, un municipio de Alta Verapaz, no le hubiera sido posible ni siquiera abrir su tortillería. "En mi pueblo, no son así los muchachos. Te humillan, te discriminan, te gritan bien feo. En cambio, aquí en la Ciudad, quizás la gente tiene más conocimiento y se va adaptando a las mujeres trans", asegura.

En algunos pueblos indígenas, existen castigos severos para quienes se identifican con un género diferente del asignado al nacer, ya que bajo algunas cosmovisiones ancestrales el espacio para la diversidad sexual es muy reducido.

Sentía que en cualquier momento me iban a quemar, cuenta Miriam a France 24 en la Plaza de la Independencia.

Decidió migrar a la capital de Guatemala a los 17 años para salvar su vida, pero también para buscar las oportunidades laborales que se le negaba por prejuicios.

Tenía sueños más grandes que trabajar como ayudante de cocina, pero fue el primer empleo que consiguió al llegar a Ciudad de Guatemala. Rápidamente, se transformó en una pesadilla y Miriam se encontró en una situación de explotación sexual: "Lo que hacían conmigo era mandar a los clientes que venían a comer ahí, a que se acostaran conmigo. Yo, como era una niña, ignorante, me tenía que dejar".

Cuando logró escapar, Miriam decidió hacer de la búsqueda de una red de apoyo su prioridad: "Quería compartir con otras mujeres trans indígenas, y entre todas apoyarnos". Y así fue. Conoció a Debby Marcella Maya Linares, fundadora de Otrans Reinas de la Noche, y gracias a esa organización Miriam logró obtener un bachillerato en Ciencias y Letras, ella que "no sabía ni leer ni escribir, mucho menos hablar español" cuando salió de su pueblo.

Hoy está a un año de graduarse de un curso de enfermería, siempre con el apoyo de Otrans. Se dice "feliz de vivir como mujer trans en la Ciudad de Guatemala". Y en el calor de su tortillería, se le nota la tranquilidad. "Mi mamá me decía: 'Más adelante tendrás un negocio como yo, vas a ser dueña de una tortillería'. Y pues, gracias a Dios, ese sueño ya lo cumplí", sonríe Miriam.

Sin embargo, no descarta algún día migrar de nuevo, esta vez fuera de Guatemala: "Así como Estados Unidos, que da más apoyo para mujeres trans. Muchas compañeras ya han migrado, por lo mismo de la discriminación y las violencias que sufrimos en esa sociedad". Efectivamente, en lo que va del año ya son 23 los crímenes de odio registrados contra personas LGBTIQ+ en Guatemala, según el Observatorio de Muertes Violentas de la Asociación Lambda.

Kristel Mendoza, rompiendo cadenas y paradigmas

Una que conoce bien la crueldad en contra de las mujeres trans es Kristel Mendoza. A los 14 años, huyó de su pueblo del Lago de Atitlán y no encontró otra opción que dedicarse al trabajo sexual en la capital. Allá, "la violencia es muy fuerte hacia nosotras. De hecho, esta semana mataron a mi amiga", cuenta Kristel, refiriéndose a Valentina de Paz, la vicepresidenta del Colectivo de mujeres trans y trabajadoras sexuales de la zona del Trébol que fue asesinada el 26 de agosto de este año.

Según apuntan los resultados de las investigaciones exploratorias realizadas por la organización Otrans, condenadas a huir de sus comunidades y enfrentando un rechazo sistemático en el mundo laboral, la mayoría de mujeres trans se ven obligadas a dedicarse al trabajo sexual. La historia de Kristel confirma esos datos: "Si mi papá me hubiera apoyado en su momento, yo sería tal vez un profesionista".

La niñez de esa mujer de 36 años empezó a oscurecerse cuando descubrió que le gustaban los chicos. Tenía unos 14 años, y todavía se llamaba Maximiliano. Al darse cuenta de que se juntaba con niños de la comunidad LGBTIQ+, el papá de Kristel la empezó a golpear. La violencia era tal que un día la amarró a su cama. Una cadena de siete metros la retenía en su habitación. 

Me sentí como un animal encarcelado, enjaulado, encadenado. La verdad es que me dolió mucho, cuenta Kristel a France 24.

Hoy en día, trabaja en una cafetería de un pueblo del Lago de Atitlán, al oeste de Ciudad de Guatemala. También teje y vende prendas hechas a mano. Aunque últimamente no. Hace dos semanas tuvo que salir precipitadamente de la casa donde vivía con sus padres, su cuñada y su hermano. "Él es un poco transfóbico. No un poco, mucho", se corrige. Cansada de las peleas siempre más violentas, armó una maleta y se fue, dejando atrás su telar de cintura. Sin embargo, en su nuevo vecindario se siente feliz. Aquí, puede abrazar la mujer trans indígena con la cual se siente identificada, dejando atrás el Maximiliano y todas las cargas que venían con ese nombre.

Mónica Chub y el sueño de ser abogada de los "invisibles"

Mónica Estefanía Chub Caal también enfrentó amarguras a lo largo de su vida. Pero decidió empoderarse como una mujer indígena que hace visible a los invisibles. Actualmente, es la coordinadora de la Oficina para la Diversidad Sexual y de Género de Alta Verapaz, un departamento que en Guatemala sufrió los horrores de la guerra civil.

En el territorio de Mónica, las heridas del racismo contra los pueblos originarios están en carne viva. La suya ardió tanto, hace ya unos años, que meditó la opción del suicidio. No solo por haber nacido como indígena, sino también en un cuerpo de hombre que le incomodaba. De manera que transitó al de una mujer, con la mala suerte de sufrir una doble discriminación en un país donde tanto ser indígena, como transgénero, despierta ataques de odio. Pero en su momento más oscuro, una psicóloga la jaló del desbarrancadero y la puso de vuelta en la sociedad.

Aunque no tiene estadísticas de cuánta gente atiende al año, Mónica está orgullosa de la oficina que coordina desde que fue establecida en octubre de 2017. Junto con su equipo de trabajo "se dieron cuenta de que además de luchar por los derechos humanos de la población indígena LGBTI, también podían ayudar a las mujeres víctimas de la violencia de género, a las poblaciones con VIH, y a los niños y adolescentes".

Desplazamiento forzado interno, una realidad invisibilizada para la población indígena LGBTIQ+

Aunque no cuenta con personal jurídico en su oficina, los casos que atiende Mónica son debidamente remitidos a otras entidades. Un ejemplo es el de la violencia contra la mujer trans, en donde Mónica suele asesorar a las víctimas sobre cómo solicitar exámenes en el Instituto Nacional de Ciencias Forenses, para luego consignar dichas pruebas en las denuncias que se presenten ante la Fiscalía. También refiere a estas mujeres al Instituto de la Víctima, "para que en su proceso de recuperación del trauma reciban apoyo de abogadas, psicólogas y trabajadoras sociales".

A sus 31 años, el activismo de Mónica se alimenta de un profundo valor social, teniendo en cuenta que apenas llegó a cursar tercero de primaria. Entre sus planes del 2024 está retomar sus estudios del colegio, para luego cumplir su sueño de graduarse como abogada. Solo entonces podrá defender, desde el terreno de la jurisprudencia, a tantos miles de indígenas que son abocados al desplazamiento forzado interno, por la fuerte opresión dentro de sus comunidades.

Un rechazo violento que en Guatemala aún tiene un camino muy largo por sanar, y que Mónica está dispuesta a recorrer: el de concienciar a los victimarios, y el de proteger a los que huyen para siempre y se refugian en el anonimato. El de ser la abogada de los invisibles.