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Alejandro, el joven trans que sobrevivió al colegio


2023-08-06
https://www.opinion.com.bo/articulo/pais/alejandro-joven-trans-que-sobrevivio-colegio/20230804224837916312.html
Opinión

Luce frágil, pero es fuerte. En la pila bautismal le dieron como nombre Alejandra Naira, pero hoy es Alejandro Nair. En mayo cumplió 18 años y el año pasado salió bachiller de un colegio en El Alto. En aulas y fuera de clases vivió en carne propia la discriminación de sus pares. Docentes y extraños también se ensañaron contra él. Primero calló y luego se defendió.

“Nos dicen que las personas trans estamos en un cuerpo equivocado, pero yo creo que es al revés, que estamos en una sociedad equivocada”, cuenta mientras deja que su helado de canela se derrita despacio, en un local cercano a la plaza Murillo, de la ciudad de La Paz. Tiene el cabello ensortijado cubierto con una gorra vuelta hacia atrás, lleva ropa ancha y un morral negro cruzado en el pecho. Usa aretes negros redondos como botones casi estampados en los lóbulos de las orejas y su mirada es fija. Es de fácil sonrisa, aunque durante años le costó tener motivos para estar alegre.

LA LLAVE DEL CLÓSET

Julia es la mamá de Alejandro y cuando él habla de ella los ojos le brillan. Nair no tuvo ninguna necesidad de salir del clóset de una manera brusca, lo hizo despacio y con la ayuda de la mujer que lo tuvo en su vientre. “Mi mamá es importante y fundamental, ninguna persona nace sabiendo cómo ser madre o hijo, y con ella hemos ido aprendiendo mutuamente. Además, yo soy muy diferente a los chicos de mi edad”, cuenta. Su papá dejó la familia el año pasado y el joven no guarda los mejores recuerdos de él.

Desde los ocho años ya se sentía diferente, aunque no tenía un nombre para definirse. Recuerda que a esa edad le cortaron el cabello al ras y le gustó demasiado la imagen que vio reflejada el espejo. Y se gustó más aún cuando le dijeron que parecía más niño que niña. La señora Julia no estaba de acuerdo al principio, pero después fue comprendiendo a su hijo y, como lo vio feliz, no pudo ponerse en su contra. De a poco, Nair dejó de lado las faldas del uniforme colegial en el clóset y se puso pantalones.

Sus compañeros con los cuales se educó durante 12 años también vieron su cambio. Al comienzo fueron risas y luego burlas, después firmaron la paz y hoy en día uno de los recuerdos más importantes que tiene son las fotos de su graduación, donde ingresó al acto principal vestido de varón y al llamarlo al escenario usaron el pronombre “él” para referirse a su persona.

Cada 20 de noviembre se celebra el Día Mundial de la Infancia, la jornada coincide con el aniversario de la adopción de la Convención sobre los Derechos del Niño por la Asamblea General de las Naciones Unidas. El año pasado, en esta fecha, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) informó que en Bolivia cuatro de cada diez estudiantes sufren acoso escolar.

Alejandro sabe lo que es el acoso. Al acabar la primaria él ya vestía de forma varonil y en primero de secundaria confesó a un amigo que le gustaba una compañera de curso, el amigo gritó “a la Naira le gusta una chica” y dio el nombre de la joven. Todos en el curso rieron, pero después la alegría se transformó en algo parecido al desprecio. Desde entonces, recuerda, vivió casi tres años excluido de las actividades grupales.

Viaja con la memoria a esa época difícil: “Se hacían la burla por cómo caminaba con ropa ancha y entonces sólo hablaba con tres amigos y una amiga, de 30 que éramos”. Entre risa y risa le colocaron apodos. Le decían “Homero” porque usaba una campera con la imagen de este personaje de Los Simpson, también le llamaban “El hombrecito” y “Lale” (la lesbiana). “Chaskas” es el apodo que más le gustó llevar.

Fuera del colegio también sabían de su existencia y no era indiferente. En la calle recuerda algunas caminatas en las cuales iba en silencio y detrás de él dos o tres colegiales le acosaban: “¿Eres hombre o eres mujer?, ¿qué tienes entre las piernas?”. Él no respondía y seguía de frente.

Hasta que llegó una bendición a su vida, la pandemia.

LOS PROFES

Alejandro prueba su helado de canela y hace una mueca de fastidio cuando recuerda a sus profesores: “Era muy feo el ambiente de mi colegio. Había profesores que me hacían comentarios bien raros, me preguntaban por ejemplo ‘¿por qué te vistes así?’ O ‘¿por qué no te vistes como mujercita?’ Había algunos que me querían obligar a usar falda”. En cierta ocasión, su profesor de Matemáticas habló despectivamente de los homosexuales, aunque nunca lo mencionó de forma directa, Alejandro sabía que el discurso buscaba incomodarlo.

El director de la unidad educativa era de los pocos que se ponían de su lado y cada vez que podía hablaba con mamá Julia para ayudar al estudiante en las aulas.

Cuando cursaba el último año, un maestro pidió a los alumnos que formen dos filas, una de hombres y otra de mujeres. Alejandro fue a la de varones y así los grupos tenían el mismo número de estudiantes: 14 de un lado y 14 del otro. El maestro renegó y ordenó al muchacho a cambiar de lugar, él se negó y comenzaron los gritos del docente. “En ese momento, mis compañeros le dijeron ‘profesor, profesor, él es chico, en qué le afecta que haga fila acá’”, dice Nair.

Así, después de años, Alejandro obtuvo su primera gran victoria. Fue su oportunidad para conseguir su lugar en el mundo y su sitial en el curso. En la Toma de Nombre y la Graduación Nair hizo respetar su identidad. Hoy muestra orgulloso las fotografías de su bachillerato en su colegio. En una de las imágenes está acompañado de un profesor de primaria y en otra camina orgulloso al lado de su mamá de pollera, quien lleva un ramo de flores para él.

En la calle también se hizo respetar, encaró a quienes le molestaban y dejó en claro quién era y qué quería de la vida. En la selva de cemento alteña aprendió a pelear para sobrevivir y no morir en el intento de ser quien es.

APRENDIZAJES

Gabriela Blas, directora ejecutiva del colectivo Wiñay Wara Diversidades Sexuales y de Género, revela que en último tiempo la entidad atendió cinco casos similares a los de Alejandro. Hubo un acompañamiento a todas estas denuncias y se dio respaldo a las víctimas. La entidad trabaja en El Alto y en barrios alejados de la ciudad de La Paz.

“Lastimosamente no hay un registro preciso de casos y además hay que tomar en cuenta de que muchos de éstos nunca se denuncian. Los casos que hemos conocido de discriminación en colegios se dan no solamente de parte del plantel docente administrativo, sino también de padres cuyos hijos no son los involucrados, sino por el relacionamiento que tienen”, explica Blas.

En el país, durante la última década, sólo se conoció de un caso similar al de Alejandro. Sucedió en octubre de 2016 en una unidad educativa privada de Sucre. Un alumno de sexto de secundaria fue discriminado por su orientación sexual y no se le permitió participar en las actividades de la promoción. Mermó su rendimiento escolar y decidió abandonar el colegio. La Defensoría del Pueblo intervino para que el estudiante retorne a su curso y tenga asegurados sus derechos. Además, se capacitó a los docentes y el alumnado con un taller sobre la Ley contra el Racismo y la Discriminación.

Blas lamenta que quienes más cuestionan la orientación sexual de los alumnos trans sean los docentes. Entre las razones para que esto suceda está el carácter conservador y religioso de algunos profesores, explica.

Soplan vientos de cambio para la educación en el país. Recién hubo una actualización de la malla curricular. A partir de secundaria se estudian contenidos tales como: sexualidad humana integral, derechos sexuales, salud sexual y reproductiva. Se trata de una mirada novedosa sobre el tema sexual que hasta ahora era casi desconocido en las aulas. Hay bastante trecho por recorrer y este aún es un camino repleto de obstáculos. 

Obstáculos. Por ejemplo, el año pasado en el colegio de Alejandro se programaron tres sesiones de Educación Sexual; sin embargo, sólo se realizó una. “Dijeron que un padre de familia se había quejado del taller y preguntó ‘¿por qué están hablando de eso a los niños?’, según él nosotros éramos muy pequeños para aprender esos temas”, rememora Nair.

Blas indica que aún hay mucho trabajo de educación que hacer, pero no sólo en la malla curricular; sino también con los docentes y todos los actores del proceso educativo en los colegios. El objetivo, entre otros, es que situaciones como las que vivió Alejandro no sean un drama para los alumnos transexuales o con una diferente orientación sexual.

Alejandro construyó un muro con las piedras que le lanzaron. Hoy es más fuerte que ayer. Forma parte de la organización juvenil Todes, en El Alto, y está dispuesto a contar su historia para que no se repita.

Durante estos días él busca inscribirse a la carrera de Derecho y seguir con una carrera profesional, mientras estudia portugués en el Instituto Guimaraes Rosa. Nunca le tuvo miedo a los retos académicos y laborales, trabajó vendiendo periódicos de Alasita y le ayudaba a su mamá en actividades comerciales.

En sus ratos de ira, quería tomar hormonas y dejar atrás su pasado; reclamaba y protestaba cuando no se usaba el pronombre correcto al nombrarle. Hoy toma las cosas con calma y le va bien. En sus cursos de portugués, por ejemplo, le tratan de Alejandro y no le ponen obstáculos en su camino. El cambio de identidad, en la vía legal, va viento en popa y siente que ahora lleva un peso más ligero sobre la espalda.

Luego de la entrevista, Alejandro acaba con su helado de canela deprisa, por un momento vuelve a algún momento feliz de su infancia. Sonríe en la sesión de fotografías cerca a la plaza Pérez Velasco. Se siente bien, se ha moldeado en fierro caliente y por eso es fuerte, más fuerte de lo que parece.