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1er encuentro de madres con hijos LGBT+: “Uno los trae al mundo para que sean felices, no para romperles el corazón”


2022-11-05
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A veces cuesta calcular los primeros calores de la primavera. Quizás por eso el aire acondicionado del salón 511 del Centro Cultural Kirchner (CCK) marcaba bastantes grados menos de los necesarios. Aún con frío, el espacio se sintió acogedor, amigable y ese fue el clima que acompañó el “Primer Encuentro del Movimiento Latinoamericano de Madres de Hijos LGBT+”. Un colectivo de mamás de infancias y adolescencias de la diversidad de 14 países de la región que luchan por “los mismos derechos de sus hijos, hijas e hijes en todos los países”.

“En muchos casos las mamás somos las únicas que estamos y que apoyamos a nuestros hijes cuando salen del closet o en la transición. Por supuesto que hay papás, pero la mayoría somos mamás”, describe Patricia Gambetta, presidenta de la organización pero, muy especialmente, la mamá de Agustín, que la impulsó a militar sin descanso por la Ley Integral para Personas Trans en Uruguay. “Una ley que está pero hay que hacer cumplir”.

“En el Movimiento de Madres intercambiamos las sabidurías de todas y los derechos adquiridos en cada país, analizando las inmensas diferencias que existen. Hacemos talleres de capacitación entre nosotras mismas para aprender sobre distintos temas de la diversidad y tratamos siempre de ayudar a quien se nos acerca. En ocasiones solucionamos alguna situación de violencia o de transición de género, no importa en el país que ocurra. Aprendemos y estudiamos y nos capacitamos para poder acompañar desde el lado correcto a las familias o personas de la comunidad LGBT”.

Alejandra llegó directo de México y es la mamá de Manuel, un varón gay que tuvo que soportar años de burlas y agresiones en la escuela. “Como mamá, enfrentar el acoso escolar de mi hijo fue muy difícil. Cada día era verlo triste, mal. No jugaba con los niños porque no le gustaban los juegos pesados. Le gustaba más jugar con niñas, pero era súper acosado. Entonces, a la hora del recreo se quedaba con las maestras. La parte de jugar con otros de su edad la bloqueó. Yo en esa época pensaba que Manuel no era muy sociable o que le gustaba más socializar con gente grande”. Ni siquiera la agradable tonada mexicana logra suavizar el relato. Una historia de dolor y discriminación.

“Los últimos años de primaria y durante el secundario Manuel llegaba siempre mal a la casa porque los chamacos le hacían burla, le decían `tan grande y tan marica´. Yo le pedía por favor que les pegara, que aprovechara que sabía taekwondo para darles una patada en la jeta. Pero él me decía que no iba a hacer eso. Encima, cuando yo pedía hablar con las maestras sobre el acoso me respondían `son niños, no hay nada que hacer´. Ese infierno lo vas viviendo mientras te preguntas por qué tu hijo se porta diferente”.

Alejandra es psicóloga. Terminó sus estudios en 1981, cuando la homosexualidad era entendida como una desviación sexual y el travestismo como una disfunción sexual. “Salí de la universidad sabiendo ese tipo de cosas, por eso cuando me llegó un hijo homosexual lo primero que pensé fue que estaba desviado. Y pues no quería eso. Empecé a preguntarme si era un castigo de Dios, si fue porque me separé de su papá y mejor lo debí haber aguantado... mil cosas. Entonces, busqué ayuda en una organización mexicana que se llama Cuenta Conmigo Diversidad Sexual Incluyente y ahí me di cuenta de lo equivocada que estaba y de la falta de información tan grande que tenía. Inmediatamente decidí hacer una maestría en educación sexual para tener más bases para poder hablar y entender. En ese momento me sumé al activismo también. Me empecé a llenar de información y de amor”.

Batallas de amor

Teresa es otra de las integrantes del Movimiento Latinoamericano de Madres de Hijos LGBT+ que se hizo presente en el Encuentro en el CCK. Aterrizó desde Perú y camina abrazando su bandera. “Tengo 62 años y dos hijas a las que adoro con todo mi corazón. Una vez, cuando mi niña menor tenía 17 años vi en su celular un mensaje de amor y me emocioné, porque casi todas las chicas de su edad ya tenían novio y ella no. Ni bien volvió de la universidad le pregunté. Nunca me olvido de esa tarde. Ella estaba sentadita en su silla y yo parada pegada a la mesa y empecé a notar cómo se iba achicando. Presentí algo malo, me asusté, sospeché que estaba con un hombre casado. Ella se seguía hundiendo hasta que de pronto me respondió: `Má, estoy enamorada de una chica´. Y a mí se me cayó el mundo. Me horroricé. Pero lo peor es que mi hija se dio cuenta. Hasta el día de hoy no me lo perdono porque con mi actitud le rompí el corazón, y se demoró mucho en recuperar”.

Menudita, suave al hablar, Teresa se vuelve a derrumbar cuando recuerda sus primeras reacciones. “Caí en un pozo profundo, depresión total, no quería salir. Perdida totalmente, no me daba cuenta de lo que le pasaba a mi hijita. No me daba cuenta de lo que ella veía en mí. Mi hija me pidió por favor que no se lo contara a nadie, y en realidad lo único que yo deseaba era que no lo supiera nadie. Ni mi familia, ni la familia de mi esposo, ni amigas, ni vecinos. A mí me interesaba mucho lo que los demás opinaban de mí. Siempre he sido una persona correcta, guardando las formas, con la familia perfecta, las hijas perfectas y creía que tenía que mantener eso. Recuerdo que miraba a mis sobrinas `normales´ y me decía `por qué a mí? ¿Qué he hecho?´. Llegué a considerar que como no me había querido casar me tocaba pagar un castigo. Mi mente inventaba cosas. Si a mi hija en ese tiempo no le pasó nada es porque ya estaba en la universidad y allí había espacios para chicos LGTB. Mi hija encontró ahí un soporte que no encontró en su casa. Porque ella en casa se sentía triste, se sentía mal porque seguro que yo la miraba de alguna forma fea”.

Teresa se quiebra. Llora. Pero al rato se obliga a respirar, a tomar aire profundo para poder seguir. “Como me veía mal, un día mi hija me dijo que existía un grupo de mamás que se reunían periódicamente para hablar de estos temas. Acepté ir, porque de lo que siempre estuve segura fue de que amaba a mi hija con el corazón y que sentía que la estaba perdiendo. Me metí de lleno en las reuniones de la Asociación de Familias por la Diversidad. En mi ignorancia, lo único que imaginaba de la comunidad LGTB es que eran promiscuos, escandalosos, desgraciados, pobres. La escoria. Mi sufrimiento era pensar qué iba a ser de la vida de mi hija. Pero cuando llegué a ese grupo me encontré con muchas mamás, papás, pero también con muchos chicos que no eran aceptados en sus casas. Contaban sus testimonios, y a medida que los escuchaba se me saltaban las lágrimas. Me di cuenta de que había estado totalmente enceguecida y que no sabía nada de estos chicos. Eran brillantes, inteligentes, trabajadores. Los más grandes ayudaban a los más chicos. Las mamás totalmente empoderadas. Y todos me abrazaron, como acogiéndome. Allí encontré el soporte y la tranquilidad para volver a casa, y tuve la oportunidad de mi recuperar a mi hijita. Costó mucho. Fue un año entero, que para mí fue un siglo. Pero lo hemos logrado. Somos fuertes las dos y pudimos salir adelante. Nos amamos mucho. Mi hija hoy es una adulta, vive con su novia y les va muy bien”.

Le brillan los ojos cuando habla de su niña adulta. Está orgullosa y no lo disimula. Teresa parece frágil, pero viene dando enormes batallas de amor. “Sigo en esto porque no quiero que ninguna niña pase por lo que pasó mi hija. Nadie se merece eso. Ni hijos ni mamás. El dolor más grande de una mamá es hacerle daño al ser que ha traído al mundo. Uno trae los hijos para que sean felices, no para romperles el corazón por ignorancia y prejuicio, que es lo que yo hice. Sigo en esto porque con mi testimonio pienso que puedo ayudar a alguien. Quizás una mamá me escuche y le sirva para saber que hay esperanza”.