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Fue víctima de las terapias de conversión y relata el calvario que sufrió: “Enseñan a que te odies y te colocan al borde”


2022-07-23
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Infobae

Cuando Gastón Onetto conoció a El Psicólogo tenía veinte años, fue entre el 2005 y el 2006. Gastón era un chico de temperamento artístico, que cantaba en el coro de las Parroquia del Tránsito y de la Capilla de la Divina Misericordia, en su Santa Fe natal donde todavía vive. Se juntaba con grupos ecuménicos de evangélicos y católicos para realizar acciones sociales en barrios como Los Troncos. Y, además, empezaba a transitar el descubrimiento de su sexualidad, saliendo con chicos. Cuando Gastón Onetto conoció a El Psicólogo (cuyo nombre no será develado debido al proceso judicial en trámite) empezó a pensar, a las pocas sesiones, que su homosexualidad era un problema.

Hoy Gastón tiene treinta y ocho años, es psicólogo y actor. Y decide contar cómo fue atravesar lo que se conoce como “terapia de conversión” o de “reorientación sexual”. Los médicos, psiquiatras, endocrinólogos y demás profesionales que practican estas terapias, en general vinculados a grupos religiosos, postulan que la orientación sexual puede ser modificada; que la homosexualidad es una suerte de trastorno, y que siguiendo ciertas pautas el paciente puede volver a tener una sexualidad como la que Dios quiere: heterosexual. Diversas instituciones, como la Asociación Estadounidense de Psicólogía, han condenado estas prácticas, declarando que no existe evidencia científica de su eficacia, y equiparándola con una forma de tortura. En el año 2010, la Ley Nacional de Salud Mental, estableció que “en ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de su elección o identidad sexual”. Algunos países, como Malta, han avanzado en la prohibición de dichos procedimientos.

Actualmente, Gastón se encuentra interpretando La cura: memorias invertidas, una obra de su autoría que le ayudó a contar algo de su experiencia. Su caso fue presentado ante en el Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI) y en el Tribunal de Ética del Colegio de Psicólogos de Santa Fé. Gastón charlo con Infobae sobre cómo fue su experiencia tratando de transformar sus deseos.

—¿A qué edad empezaste a sentir que te gustaban los hombres?

—No tengo un registro exacto. Es una intuición que uno tiene desde siempre. Me di cuenta de que en mi entorno no estaba “muy aceptada” la homosexualidad, pero nunca la había concebido como una enfermedad. Para mí eso era algo que decían los curas, como la Biblia que dice “Dios condena el pecado pero no al pecador”, cosa que me parecía muy ambigua. Pero yo me había permitido incluso empezar a experimentar, y tener algunas vinculaciones, cerca de los dieciocho.

—¿Tu familia es religiosa?

—Mi hermana y yo sí nos vinculamos a lo religioso por motus propio. De hecho, mis viejos no iban a la iglesia.

—¿Cómo llegaste a este psicólogo?

—Por un compañero de alguien del grupo de ecuménicos. Yo ya había empezado el primer año de Psicología. Y uno de estos chicos evangélicos me comenta que estaba yendo a un psicólogo, y yo estaba queriendo laburar algunas cosas personales que nada tenían que ver con mi orientación sexual. Yo tenía más o menos claridad de lo que me gustaba. Es más, estaba empezando a conocer a alguien.

En un primer momento, El Psicólogo le pareció “simpático”. A Gastón, una persona religiosa, le gustaba que El Psicólogo tuviera una “mirada espiritual de la vida”. Hoy dice que, pensándolo bien, que un psicólogo hable de Dios “es raro”. Y “el problema” comenzó en la tercera sesión. Gastón le contó a El Psicólogo que se estaba viendo con alguien. Y que ese alguien era un chico. “Se le transformó la cara, no lo disimuló ni dos segundos. Y empezó a desplegar todo un discurso… me sale decir sutil, pero no le cabe. Fue persuasivo, más bien, no me tiró toda la artillería ese primer día. Se fue tomando unos seis meses en construir su discurso, en base a lo que él y estas terapias denominan “quebrantamiento de género”. Ese era el diagnóstico. Me llevaba libros y apuntes. De hecho, conservo muchos de ellos que los presentamos como prueba. Es loco que los haya conservado, porque en el medio hubo varias mudanzas.

—¿Y los fuiste llevando de lado a lado?

—Sí, muy raro.

—¿Por qué pensás que no te desprendiste de eso?

—La verdad… me lo estuve preguntando este último tiempo. Yo creo que fue algo que tenía que elaborar y procesar. Yo de hecho ya no profeso, ni soy religioso. Me deshice de muchos libros, salvo uno o dos y una biblia que me regaló mi abuela.

El Psicólogo comenzó a explicarle a Gastón las causas de “su problema”. En general, “un padre ausente y una madre entrometida”, “una figura paterna debilitada”, todo mezclado entre ciertas teorías psicoanalíticas y religión, y comparando su sexualidad con una adicción contra la que debía luchar. “En vez de hoy ‘hoy digo no tomo’, decir ‘hoy digo no soy puto’””, explica Gastón, quien cuenta que lo que lo enganchó de ese discurso es que estaba dicho en boca de un profesional de la salud mental. Un matriculado, una persona legitimada por un supuesto conocimiento.

“Entré. Algunas cosas me cerraban, otras no, pero terminé comprando. Y en cuanto a lo más conductual, me decía que tenía que anular lo que ellos llamaban el estilo de vida gay. Así se refería él. ¿Qué era eso? Juntarte con amigos que fueran al boliche, con tus vínculos cercanos. Que quedes aislado socialmente y solo te juntes con los de la Iglesia, digamos. Cortar con las personas con las que te estés viendo sexualmente. Controlar la música que se escuchaba, la ropa…

A Gastón le hablaron de “renunciar a los ídolos”, casi como quien dice “no adorarás a otros dioses”. man, las Spice Girls, y el panteón pagano que adorna la vida de un chico gay tenían que irse. “Y arranqué. Pero siempre con muchas dudas. Yo recuerdo que en todas las sesiones estaba dudando, dudando. Y el, bastante poca paciencia de que yo dudara. Y él siempre redoblaba la apuesta”.

—¿A qué te referís con “poca paciencia”?

—Como enchinchado, medio malhumorado a la hora de la escucha. Yo le decía que no había podido, que me había encontrado con alguien, que me había visto con amigues que eran gays. Y en seguida, enojo. Y “bueno pero al final, ¿vos qué querés hacer?”. Entonces llegó el campamento.

El Psicólogo lo invitó a un campamento en un hotel en La Falda, Córdoba. El mismo estaba vinculado a organizaciones internacionales que promueven las terapias de conversión, como Desert Stream o Exodus. Eran diez días rodeado de cientos de jóvenes y “líderes” que quisieran luego continuar con ese tipo de prácticas. El Psicólogo le dijo que eso lo ayudaría en su proceso. El campamento fue el principio del fin. “Él me decía que me iba a hacer bien con mi proceso porque era para personas que eran líderes. Ahí me doy cuenta que toda esa gente estaba intentando abstenerse de algo que se le salía de los poros”.

—¿En qué lo veías?

—¡En cómo hablaban! Eran unas maricas hermosas. El aire que se respiraba ahí era tensión sexual pura reprimida.

El campamento era así: a la mañana un momento de oración, y después charlas. Algunos de los nombres de esas charlas eran: “Sanando el amor paterno”; “Descubriendo la herida del abuso”, (“porque siempre el abuso era una de las cosas que podían llegar a haberte convertido en puto”, dice Gastón); “Reconciliándote con tu masculinidad”; “Reconociendo el quebranto”.

“Después había unas charlas que generalmente las daba un norteamericano, con traductor y todos los chiches, porque no escatimaban en nada. Esos norteamericanos venían de estas otras organizaciones de Estados Unidos, particularmente de una llamada Desert Stream. Y después de eso, generalmente había un momento en el que había un grupo pequeño, de unos ocho o diez, donde se conversaba. Y nunca faltaba un testimonio de alguien. Hay cosas que las cuento y me causan gracia. Soñé con una mujer, y eso demuestra que mi inconsciente se está modificando. Y toda la parafernalia: ¡Aleluya, el hermano soñó con una mujer, sí, hermano! Y recuerdo que un señor que venía de México -éramos como doscientas personas en el campamento y de todas partes de Latinoamérica- un día dijo “yo quiero denunciar que uno de los jovencitos se sacó la remera, estamos todos en proceso de sanación, cómo puede ser que se saque la remera al ingresar al cuarto”. Y yo miraba y decía “¿Cómo puede ser que este tipo, que tiene como setenta años, que capaz tiene hijos o nietos, porque otro se saque la remera no se pueda contener?”. Y ahí dije “Esto no se cura”.

Una noche, en la que hubo un pequeño momento (eran pocos, se trataba de un espacio muy controlado) un hombre chileno se puso a charlar con Gastón. Le contó que a veces, por las rutas, salía a levantar hombres, pero que él tenía a su familia en otro lugar. Que esos eran momentos en los que “el diablo metía la cola”. Los líderes del campamento decían que amaban a sus familias, que lo mejor que podía hacer uno era tener familia. Pero, según Gastón, cuando esas personas contaban esas infidencias “le brillaban los ojitos”.

Gastón siguió dudando, aún más. Comenzó a investigar por su cuenta, a leer sobre los casos en los que jóvenes que atraviesan terapias de conversión mueren suicidándose, deprimidos, convencidos de que sus deseos están mal. y de que no podrán cambiar. Gastón empezó a estar mal, angustiado, y hasta sus amigos religiosos, para nada afines a la homosexualidad, le empezaban a decir que “se le había borrado la sonrisa”. Mientras El Psicólogo le decía que tal vez debía internarse o incluso medicarse, Gastón no podía hablar fluidamente de lo que pasaba con sus padres. “No lo hablaba con ellos porque sabía que me iban a decir que esto no era bueno para mí, porque ellos no eran para nada religiosos. Y de hecho El Psicólogo me decía que no se lo podía contar a mis padres porque no eran personas de Dios”.

—¿Tus padres qué decían de que ibas a ir al campamento?

—Mis padres consintieron que fuera, y hasta me ayudaron a pagarlo. Diez años después retomé el tema, mi madre ya había fallecido. Pero con mi padre sí lo pude conversar. Le pregunté por qué no se había opuesto. Mi padre, que se dedicaba a la electricidad, me dijo que como yo me había destacado siempre en lo intelectual, no supo decirme otra cosa. Cuando le conté después lo que estaba pasando se sorprendió. Nunca pensó todo eso que yo había pasado y de hecho se lamentaba mucho no haber podido o sabido estar en ese momento.

Gastón no llegó a medicarse ni a internarse. Pero las terapias de conversión tienen muchas formas. Algunas son simplemente sesiones de terapia, donde el profesional le explica al paciente por qué sos deseos están mal y cómo volver a la buena senda. Pero hay formas mucho más invasivas, como tratamientos de hormonización, donde se le suma testosterona al varón y estrógeno a la mujer, o los llamados “tratamientos de aversión”: se trata de aplicar contra estímulos, pensando en algo horrible cuando la excitación por alguien del mismo sexo llegara a copar la parte inferior del cuerpo (y la superior, y todo). También existe el tratamiento de aversión química, en la que el paciente ingiere drogas que inducen a la náusea mientras frente a él se proyecta material erótico, algo muy similar a lo que atraviesa el infame Alex en La naranja mecánica. La investigación Poniéndole límites al engaño, del abogado, activista y ex-paciente de terapias de reconversión Lucas Mendos, documenta en profundidad cada una de estas variantes.

“Yo no vi que sucedieran terapias de aversión en el campamento, pero aunque la sugerencia inicial no era una indicación de lastimarse, el borde es re fino, y te siembran la idea. Te colocan todo el tiempo al borde. Y está el tema del auto-odio: llega un momento donde empezás a odiarte. Si todo el tiempo te están diciendo que lo que sentís está mal”.

—¿Cuando decís “no lo decían, pero sembraban la idea”, a qué te referís?

—Que tenías que imponerte algo que generara un estímulo negativo ante el deseo que venía. Por ejemplo, buscar una imagen que a vos te disguste. O inclusive apretarte, o cosas así. Era dejado a la interpretación de una persona que está en estado de desesperación y que no sabe como mierda reprimir su deseo. Reprimir los deseos sexuales es muy difícil.

Llegaba la noche. Los pacientes se iban a sus cuartos, en grupos de tres. En esas noches, Gastón recuerda anécdotas de las que hoy se puede reír, que le parecen “muy hermosas” de alguna forma extraña, y hasta tiernas. Sus compañeros de cuarto eran un chico de Córdoba y otro que venía del Sur. El chico que venía del Sur era hijo de pastores, y según Gastón se notaba que había llegado ahí obligado. En la primera noche (primera noche) el chico que llegaba de Córdoba les propuso a sus compañeros hacer una oración, así que se tomaron de la mano los tres. Y empezó, “Señor, te pedimos que vengas a bendecirnos en esta noche, que hermoso que hemos podido encontrarnos… ¡Porque si hubiera sido otra noche, ay! ¡Otra noche lo que hubiese sido!” exclamó el cordobés, como si algo lo poseyera y derrumbara la rigidez limpia de una persona de Dios, “¡Una noche, con una amiga, nos pusimos unas pelucas, unos tacos y armamos una fiesta y fuimos a la inauguración de La Piaf!”. La Piaf es un boliche gay histórico de Córdoba, un ícono. Gastón no lo podía creer. Y de pronto, “se recuperaba”; volvía a su armonía y su energía de hasta hacía un momento. Y de nuevo: “Pero ahora, aleluya, el Señor nos ha restaurado y estamos en este camino”, y de nuevo de pronto, “pero, ay, una boa teníamos”.

“Eso es muy hermoso, que entre medio de la prohibición de casi no hablar de estos temas, o no conversar por fuera de los horarios estrictamente destinados para la conversación en grupo, se dieran estos momentos. Momentos que me permitieron identificar las fugas de todo esto y decir, che, claramente esto no tiene cura. Inclusive, estos desvíos se les salían a quienes lideraban esto. Porque en verdad toda esta gente te oprimía, pero ellas eran oprimidas a la vez. Se autoinflingían lo mismo que nos hacían a nosotros. No podías dejar de verlos atrapados en ese personaje que estaban haciendo. Cuando contaban que habían soñado con una mujer, usaban toda una gestualidad, cadereaban, era bizarro. Hoy esas escenas las veo muy hermosas y muy tiernas.

—¿Cómo fue el momento donde le dijiste al psicólogo “chau, me voy”?

—Es uno de los momentos que más me acuerdo. Yo ya venía de varios encuentros diciéndole al Psicológo que tenía muchas dudas y que no sabía si eso se podía cambiar. Entonces fui claro: “la verdad es que ya no sé si Dios existe o no existe, y la verdad no quiero continuar con esto”. Y me dice “Cómo me vas a decir que no creés en Dios”, en tono enérgico. “Y bueno, no lo sé, ¿vos tenés certeza?”, y me dice “Gastón, tu condenación eterna está en juego”. Y en ese momento todavía lo religioso era fuerte para mí. Y le repliqué, “mirá, yo tengo otra imagen de Dios, que de última, si existe, nos querrá como somos o cómo estamos siendo. No sé si esto se puede cambiar, y no se si Dios quiere que cambiemos”. “Pero vos, que va a ser psicólogo, ¿que un ciego guíe a otros ciegos te parece posible?”. Y entonces yo, que había ido al psicólogo más que nada para pensar mi destino vocacional, y ya tenía claro que quería ser psicólogo, agarré mis cositas y me fui. Y después le mandé un mail diciéndole que me había hecho mucho daño, que me había lastimado mucho y que no le deseaba a nadie pasar por una situación así. No recibí respuesta.

—¿Cómo te sentís cuando contás todo esto?

—Hay momentos en donde me pone bastante mal recordar que estuve envuelto en algo así. Porque realmente es un atentado a la inteligencia, y me incomoda bastante y me cuesta contar mi intimidad.

En cuanto a la denuncia, hasta ahora solo hay un dictamen del Colegio de Psicólogos de Santa Fe que no fue favorable a sancionar al Psicólogo. Ahora, Gastón y su abogada Ma. Paula Espina, esperan qué sucede con otras denuncias que realizaron en otras instituciones. “El Colegio no pudo sancionarlo porque tenemos un Código de Ética en Santa Fe, cuyo artículo 38 establece que las causas prescriben a los dos años. Y yo estoy pasado quince. Pero el Colegio podría no haber ni tomado la causa, y sin embargo lo citaron a esta persona, que no es menor. Y el Colegio además se expide en relación a las terapias de conversión por primera vez. No hay antecedentes en nuestro país, por lo que pude investigar, de otros colegios de psicólogos que se hayan expedido sobre esto.

—¿Cómo ves los avances en algunos países en relación a prohibir estas terapias?

—Yo siento que estas cosas han convivido con la ampliación de derechos. En 2010 la Ley Nacional de Salud Mental estableció que nadie puede ser diagnosticado en base a su orientación sexual. La Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género. Y aun así, en esos años estas pseudoterapias coexistieron. Cuando a mi se me despierta toda esta información, que la había dejado guardada más o menos donde había dejado los libritos que conservé, como un recuerdo anulado, me digo, “¿dónde están todas estas personas? ¿Cómo puede ser que nadie haya denunciado?” Y empiezo a investigar y me encuentro que la organización que coordinaba el campamento al cual yo fui sigue funcionando lo más bien. Googleo a esta persona con la que me había estado atendiendo y veo videos suyos en YouTube contra las personas trans. Hay un ámbito “para-derecho”, donde esto todavía existe y hay un montón de personas que aún están sumidas en ese closet.

—¿Tenés contacto con personas que hayan atravesado lo mismo que atravesaste vos?

—Se me acercó mucha gente que había pasado por cosas similares, pero con la gente que estaba en el campamento conmigo en Córdoba no tengo contacto. Acá en Santa Fe yo iba a consulta individual, no teníamos espacio grupal. Y en Córdoba no nos dejaban pasarnos el teléfono ni ningún contacto porque podía favorecer “la tendencia”, digamos. Por eso tengo una gran necesidad de compartir esto. Tenía necesidad de encontrar a personas que hayan vivido lo mismo. No se bien ni por qué ni para qué. Pero que se hayan contactado tantas personas en estos días me da la sensación de que se puede reconstruir algo. De la historia, de mi historia, de la historia con otros.