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El prejuicio sigue matando


2021-07-20
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El Espectador

Los espacios públicos son elocuentes al momento de medirles la temperatura a los prejuicios de una sociedad. Para las poblaciones históricamente discriminadas y vulneradas, es precisamente allí donde más entran en contacto constante con la hostilidad de un país que no los acepta ni los incluye. Los crímenes de odio suelen ocurrir a puerta cerrada, es verdad, pero sus antecedentes pueden rastrearse en las calles, los muros y los grafitis que todos compartimos.

Por eso, la vandalización por parte de un grupo neonazi de unas escaleras en Bogotá, pintadas para reconocer las vidas de las personas lesbianas, gais, bisexuales y trans (LGBT), no puede leerse de manera aislada. En Colombia el prejuicio sigue matando, aterrorizando y excluyendo a muchas personas.

En la calle 89 con carrera 7ª de la capital del país se pintó el piso de unas escaleras con las banderas del orgullo LGBT y de los derechos de las personas trans. El concejal Luis Carlos Leal, quien promovió esa actividad con apoyo del Distrito, dijo que se trataba de un reconocimiento de las luchas de la población LGBT. No se trata de un asunto de ideología, sino de reconocimiento de la humanidad y los obstáculos de personas que siguen siendo excluidas.

Sin embargo, a los pocos días las escaleras fueron vandalizadas con mensajes homofóbicos firmados por el Comando Radical Nacionalista (CRN). Ese grupo neonazi ya ha hecho múltiples campañas contra los migrantes, abogando por la “limpieza social” y en contra de los derechos de las personas LGBT. El acto de violencia simbólica tiene un preocupante trasfondo de persecución y estigmatización a personas vulnerables.

El problema es que ese prejuicio, que se sigue viendo en las calles, tiene una relación directa con la violencia física. Durante 2020, un año que hubo una reducción de violencia en parte por la pandemia, las cifras de agresiones a personas LGBT se duplicaron. Según el informe “Nada que celebrar”, publicado por la organización Colombia Diversa, se hace una recopilación terrorífica de datos: pasamos de 106 amenazas en 2019 a 337 en 2020, de 107 homicidios a 226 y de 109 actos de violencia policial a 175. En total, para esos dos años, por lo menos 1.060 personas LGBT han reportado ser víctimas de violencia. Además, seguimos en un peligroso subregistro.

Entonces, continuamos siendo un país muy peligroso para las personas LGBT. La persecución por orientación sexual o identidad de género sigue cobrando vidas, aterrorizando otras y se convierte en una espada de Damocles constante sobre las vidas de muchas personas. Hoy hablamos de esto en el contexto de una vandalización, pero lo que se esconde es mucho sufrimiento que continúa.

Estamos en mora de un consenso político sobre no jugar con las vidas de las personas y su dignidad. Sin embargo, en el país los derechos LGBT siguen siendo vistos con recelo por organizaciones conservadoras y líderes políticos atrincherados en sus prejuicios. Esos discursos terminan siendo cómplices de la violencia. En el mundo la situación es similar. Como escribió Gabriela Wiener, a propósito de España, “muchos quieren que volvamos solo a tolerar en lugar de respetar las vidas de los otros, que se reabran los armarios, que se baje la voz, que tengamos miedo”. Pero eso es inaceptable en una sociedad incluyente y que le apueste a la paz.