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El dedo fácil y la imbecilidad imborrable


2017-12-12
https://elpais.com/elpais/2017/12/12/mira_que_te_lo_tengo_dicho/1513072289_321804.html
El País

Un profesor de nombre Hernández Borrell insultó de un modo desaforado, y durante algún tiempo, a Miquel Iceta, político catalán, que lo ha perdonado. De Iceta se esperaba el perdón: es una buena persona, capaz de prestarse a cumplir la máxima que antes había en las cárceles: odia el delito y compadece al delincuente.

Perdonar es una falta del alma... capaz de perdonar. Pero lo que ha hecho el profesor Hernández Borrell es una mancha que le afecta a él, no a Iceta, naturalmente, y quien debe limpiársela es él. ¿Cómo? ¿Retirando los tuits, cosa que ha hecho ya?

Esa afrenta, que ridícula groseramente la libertad de Iceta para querer del modo que le dé la gana, ya está al alcance de cualquiera; cualquiera la puede retuitear de las mil maneras posibles que concede la red. Y en voz baja, que es la peor manera de la voz alta, la dirán sus adversarios y sus enemigos, como queriendo callar lo que les regocija.

Cuando el dedo de escribir sale disparado a la decisión de envío el mal ya está hecho: lo denuncias, lo borras, lo lamentas, te disculpan, te perdonan, pero el mal está hecho y es para siempre. Indeleble como el insulto.

Hernández Borrel habrá borrado, Iceta lo habrá perdonado, pero esa imbecilidad que reiteró en su cuenta ahora es del dominio público. Y, por qué ocultarlo, del popular regocijo. "¡Ah, mira lo que ha dicho de Iceta!"

La sociedad (la española, la norteamericana y la filipina, por citar tres latitudes) es burlona, se regocija del mal ajeno, y es compasiva solo cuando le toca de cerca. Los de un partido llorarán por el daño causado a los suyos, los de un sector se tirarán de los pelos por lo que han dicho de lo que les importa, y así sucesivamente, pero callarán ante lo que les pasa a los otros.

Sin ir demasiado lejos, ha pasado ahora con lo de Iceta. Lo han denunciado los de Iceta, e Iceta mismo ha sido quien ha perdonado, pero en los alrededores que no quieren a Iceta tampoco ha habido mucho aspaviento; ha habido ese silencio que no sabe qué decir porque, simplemente, se espera que el daño dure el rato adecuado para que la gente lo olvide. O para que el daño, chisssss, le afecte de veras al herido.

Y un insulto, de Twitter, de periódico, de la calle, es indeleble. En el prólogo de El holocausto español, de Paul Preston, el historiador inglés cuenta cómo se hizo el clima para que la guerra civil entrara en la conciencia de la gente como un mal inevitable. Por el insulto se empieza, y a veces el insulto es mucho peor que una mala palabra.

Emilio Lledó decía anoche en Madrid, en un debate sobre la tolerancia y sobre la intransigencia, que le extrañaba tanta apelación a la libertad de expresión. ¿Para qué la quieren, si luego se disuelve en imbecilidades? Lo que pasa con las redes, lo que se experimenta en Twitter, lo que se escucha repicar en las radios, en las televisiones y en las webs, es consecuencia de esa impresión del filósofo: el que escribe un tuit, o el que lanza un mensaje de cualquier género en cualquier género de redes, siente el regocijo de dañar; detrás no hay ni pensamiento ni certezas, ni siquiera dudas, que es la frontera de la certeza; hay solo ganas de hacer gracia a los propios dañando a otros. Y por esa vía ha entrado el profesor de Nanotecnología de la ciencia a la imbecilidad, solo por contentar a sus seguidores y hacerlos más abundantes.

Del dedo a la imbecilidad no hay sino un paso; cuando se dispara la flecha ya el daño está hecho. En este caso, Iceta se ha desclavado la flecha y la ha depositado en la conciencia del nanotecnólogo. A ver cómo se la quita.