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Sucre, la ciudad en la que las lesbianas y bisexuales viven como en prisión


2021-10-11
https://revistalabrava.com/sucre-la-ciudad-en-la-que-lesbianas-y-bisexuales-viven-como-en-prision/?fbclid=IwAR22F7IcpdZ8dNAd5n-gzcMzaJf7kb30E2FSS7HzJMKzkSzPwCjEvIjTHOM
La Brava

Las mujeres con una orientación sexual distinta se sienten acorraladas en una sociedad conservadora que las ve como el producto de fallas en su educación, como un error pasajero, como una vergüenza. Una institucionalidad poco eficiente que se traduce en ausencia de información y estrategias para la defensa de sus derechos las obliga a permanecer escondidas.

Oveja negra. El calificativo lo han oído varias veces, como insulto y cada una por su lado, Sara y Fátima. Su comportamiento, su forma de vestir, la ausencia de un novio… algo que no se espera de “una señorita”, les han hecho saber en la casa y en el colegio que son diferentes. Tuvo que pasar mucho tiempo para que esa condición de distintas no sea vivida como una culpa. Sara y Fátima son bisexuales, aunque su realidad sea todavía un secreto para la mayoría de su entorno. “No es fácil” gritarlo al mundo en una sociedad conservadora como es la de Sucre, coinciden estas jóvenes con otras como Karen y Mayra, que se identifican como lesbinas. 

En verdad, muy poco se conoce de la realidad de las personas con diversa orientación sexual en Sucre, la ciudad colonial más antigua de Bolivia.

Para encontrar a personas como las cuatro entrevistadas hay que buscar con paciencia. Alguien ofrece un dato, pasa un número de teléfono y así, como si se tratase de una misión secreta, se consigue contactar a quienes con gran desconfianza y demandando reserva aceptan hablar de su vida que, describirán todas, transcurre “como en una cárcel”.

Hecho el contacto, se fija el encuentro en la plaza mirador de La Recoleta, emblemático lugar que como atractivo principal tiene un convento y un templo católico, uno entre la treintena que se erigen en la capital del departamento de Chuquisaca. Esta región tenía el mayor porcentaje de población católica –el 88,7%– respecto del resto del país, según el Censo de 1992, el que había incluido esta pregunta que se soslayó en el más reciente de 2012.

Sara es una mujer que no pasa desapercibida por su estatura de 1,70 m y cabello largo y rojizo. Viste una polera negra, bermudas estilo militar y zapatillas. Tiene 27 años, informa, y se ha graduado como ingeniera de sistemas.

“Puedo ser torpe al hablar”, advierte de inicio, y antes de que se le pregunte, aclara que es una mujer bisexual, poco sociable y con un círculo reducido de amigos. Lo que es, lo descubrió tras siete “largos años” de luchar con ella misma y procesar todo lo que sus compañeros de colegio le dijeron como crítica desde que tenía 16 años, juzgándola como lesbiana por su apariencia.

A sus 22 años, ya en la universidad, lo supo con claridad. “Dije: ‘sí, soy una mujer, soy bisexual’ y por fin estuve en paz conmigo; no tenía nada de malo, no importaba que los demás me encasillaran en una u otra cosa, porque ya sabía dónde estaba y ése fue mi momento de revelación y de autoaceptación”. Fue complicado, “sólo mi hermano lo sabe y mis papás lo sospechan, pero es un tema que no tocamos”, sonríe Sara.

Fátima, de 21 años –robusta, ojos grandes con sombras oscuras a juego con su cabello verde– recuerda: “Yo sentía atracción por las chicas desde niña, pero me negaba a aceptar esos sentimientos”. “No”, se repetía, “está mal, no es lo que esperan de mí, no está bien, no es correcto”.

Sus primeros años de estudio fueron en un colegio de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y terminó secundaria en una unidad educativa de la ciudad de Sucre, de profunda veneración por la Virgen María. 

Ni pensar, dice, ni antes ni ahora, en mostrarse abiertamente. “Siempre he sido reservada; Sucre es una ciudad muy conservadora, y si eso, digamos, si se llegara a saber en el colegio, sería un escándalo, motivo de chisme y bullying”, mueve las manos y exhibe la pulsera de cuero con tachuelas de metal.

El 94% de la población de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersexuales y queer (LGBTI+) considera que el personal educativo en Bolivia no está sensibilizado ni debidamente capacitado para tratar la temática de la diversidad sexual y de género, según los datos de la Red Iberoamericana de Educación LGBTI+ sobre acoso escolar por homofobia y transfobia. El 70% de la discriminación por orientación sexual e identidad de género en colegios fue ejercida por el profesorado y el 30%, por el alumnado.

Fátima encontró algo de sosiego cuando llegó a la universidad y se puso a trabajar. Fue entonces que se sintió con valor para reconocer su orientación sexual ante los amigos más cercanos y su hermana, pero no ante sus abuelos, con quienes vive, ni con sus padres, de quienes piensa, eso sí, que algo sospechan.

La familia da miedo

La presidenta del recién conformado grupo que representa al colectivo LGBTI de Chuquisaca, Abigail Molina, puede identificar ciertos patrones de conducta en las mujeres lesbianas y bisexuales una vez que aceptan su orientación sexual. En general, las amigas son el círculo donde buscan y suelen encontrar apoyo; no así los padres, a quienes saben conservadores y preocupados por el qué dirán. No son pocas las que temen ser echadas del hogar.

Karen, joven bisexual de 24 años, llega a la cita con un vestido de mezclilla, aunque lo que más destaca en ella es el cabello de tonos rosados. Muy extrovertida, cuenta que su mamá se enteró por redes sociales de que la hija estaba de novia con otra chica. La reacción tuvo su grado de violencia: la increpó y llegó a calificarla como “degenerada” y sin decirle nada se fue de viaje durante dos semanas. Desde su retorno, la madre de Karen actúa como si no hubiese pasado nada; el tema no se toca, salvo por alguna vez que llegó a comentar que su hija tuvo la “fase de lesbiana”, como si fuese algo superado.

“No es fácil para los padres; muchos de ellos se sorprenden tanto que reaccionan rechazando la realidad”, dice el responsable del Área de Género y Generacional de la Alcaldía de Sucre, Ali Germán Villalba. El psicólogo de profesión recuerda que hace poco atendió el caso de un adolescente gay cuyo padre se niega a reconocerlo como tal; el chico optó por escapar del hogar. “Se habló con el padre, con la madre, con los hermanos, pero no es sencillo”.

En algunos casos, los hermanos varones son quienes más intolerantes resultan, remarca Abigail Molina. Y lo confirma Mayra, joven lesbiana de 24 años que vivió su niñez con unas tías, luego con su madre y después con sus hermanos. Cuando se supo de su orientación sexual, a los 18 años, sus tías lo tomaron trágicamente: lloraron y una de ellas se culpaba preguntando: “En qué falle”, como si ser una mujer diversa fuese el resultado de un fracaso en la crianza. Su hermano mayor le dijo cosas muy desagradables, a veces en forma de bromas “que no quiero recordar, pues todo es bastante doloroso”.

Lo peor pasó en una reunión por Año Nuevo, cuando una de las tías, con copas de por medio, le gritó a la mamá de Mayra: “¡Tu hija es lesbiana!”. “Me deprimí tanto, que me encerré por días en mi cuarto, hasta que mi madre me dijo que era mi decisión y que me apoyaría”. De todos modos, la mamá suele lanzar comentarios homofóbicos en señal de que no acepta la orientación sexual de su hija y a veces expresa que espera un milagro para que Mayra sea “normal” ante la sociedad.

No todos los familiares actúan de igual modo. En el caso de Sara, su hermano menor lo tomó con total serenidad. Suele ser él quien pone humor a la vida amorosa de la joven, como haría si la pareja fuese un chico y no una chica. Y a Karen le salieron aliados sus otros hermanos, quienes siempre le recomiendan que se cuide.

Quizás lejos de aquí

Los insultos se escuchan muchas veces en casa, pero también de extraños refiriéndose a mujeres lesbianas o al ver a dos chicas tomadas de la mano. A los epítetos de loca, sucia, impura, pecadora, como recuerda Fátima, se suman comentarios de “que no deberíamos reproducirnos, porque nuestros hijos saldrán como nosotras”.

La sensación de estar atrapadas por el conservadurismo sucrense, sobre el que insisten en reconocer como el gran problema de la ciudad, las hace imaginar supuestas mejores condiciones de vida en ciudades como La Paz, Santa Cruz o Cochabamba. “Allá pueden vivir tranquilas”, cree Sara.

Un ejemplo para percibir esa diferencia a nivel país lo da un suceso producido en 2013. Ese año se había producido un calendario de las Diversidades Sexuales y de Género, por iniciativa de la oficina sudamericana de Hivos que estaba en Bolivia. El objetivo era reflexionar sobre el respeto de los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y trans, para lo cual se apeló a escritores y artistas visuales. Además del calendario, se crearon gigantografías que se expusieron, sin problemas, en espacios públicos de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. En Sucre se armó un escándalo inesperado; hubo una reacción airada del presidente de la Junta de Vecinos del Barrio Petrolero, quien calificó la muestra como impúdica y contraria a la educación y sensibilidad de la niñez, y la Dirección de Espectáculos Públicos del Municipio de Sucre optó por retirar la exposición.

El escritor, periodista y documentalista Edson Hurtado escribió al respecto en su blog: “Pero el escándalo no sólo fue que retirasen la muestra, sino que la discriminación y amedrentamiento llegó a niveles de violencia verbal, cuando la directora del Centro Juana Azurduy de Chuquisaca, Martha Noya –contraparte de Hivos para facilitar la actividad–, recibió llamadas telefónicas amenazándola e insultándola”. «Antes eras una puta, ahora eres una lesbiana«, decía una de las llamadas anónimas que recibió Nova y que motivaron a Hivos a no insistir en la exposición en Sucre.

Pocos datos, muchas dudas

La Defensoría del Pueblo de Chuquisaca registró 17 denuncias por agresiones debidas a la diversidad sexual, entre 2013 y septiembre de 2021. En el informe no se detallan los casos ni cómo se atendieron, pero el Delegado Defensorial, Edwin Martínez, cita el caso “emblemático” de una persona que fue obligada a usar el uniforme del colegio en contra de su identidad de género. La Defensoría intervino y dicha persona salió bachiller y recibió el apoyo para lograr el cambio de su cédula de identidad.

A falta de datos precisos, casos documentados, lo que la población LGBTI+ tiene son temores y suposiciones, muchas de ellas basadas en experiencias personales, pero sin el respaldo de investigaciones y estadísticas. Por ejemplo, respecto al trabajo, Sara cree que ser una activista visible puede frenar un ascenso laboral. Y Mayra sabe que varias “compas” prefieren ocultar su vida privada, porque algunas habrían sufrido despidos injustificados.

Carmen Julia Heredia, psicóloga y feminista. Foto: Daniela Peterito Salas.

Carmen Julia Heredia, sucrense feminista y psicóloga social, argumenta: “Si saben que soy maricón, homosexual, no me van a dar trabajo; lo mismo pasa con las chicas, por ahí eres profesora, ¿te van a dejar trabajar con niñas y niños? Con el prejuicio, hay menos posibilidades de trabajo, por tanto se tiene que vivir la sexualidad tras bambalinas”.

Villalba dice conocer testimonios que le permiten afirmar que el colegio, la universidad y el trabajo son espacios donde hay discriminación, aunque no se tiene denuncias formales al respecto.

Contra el “gaycentrismo”

La directiva del colectivo LGBTI de Chuquisaca, con una mujer lesbiana a la cabeza, tiene entre sus tareas coordinar con la Defensoría del Pueblo, la Alcaldía de Sucre y otras organizaciones la difusión de los derechos de la diversidad sexual, afirma Abigail Molina.

En su plan de trabajo figuran, además de lo antes dicho, talleres sobre sexualidad y empoderamiento; atención psicológica gratuita para las personas LGBTI+; prevención de VIH-Sida e inclusión de la diversidad sexual del área rural.

Las demandas particulares de las mujeres bisexuales y lesbianas tienen que ver con el derecho a trabajar sin ser marginadas, derecho a la educación sin sufrir bullying, salir a la calle sin el riesgo de ser agredidas, vivir en pareja libres de violencia intragenérica, entre otras, que como base para hallar soluciones demandan investigación y sistematización de datos.

Pero hay algo más: ellas están exigiendo que se supere el “gaycentrismo”, pues ven que en la mayoría de la población LGBTI de Bolivia es un hombre gay el que habla por las mujeres. “Es posible que sea nuestra culpa por no abrirnos espacio; pero la realidad ahora es que, si criticas algo, te callan o te censuran; ser gays no les quita lo misóginos a muchos y éste es un tema sobre el que se debe hablar”, afirma Mayra.

*Esta publicación es parte del Fondo de periodismo de investigación y artivismo, realizado en el marco del proyecto “Adelante con la Diversidad – Región Andina”, financiado por la Unión Europea e implementado por ADESPROC Libertad. El contenido de la publicación es de responsabilidad exclusiva de ADESPROC Libertad y no necesariamente reflecta los puntos de vista de la Unión Europea».