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Saori y Lithzi: amor en la mina


2018-07-08
http://www.paginasiete.bo/rascacielos/2018/7/8/saori-lithzi-amor-en-la-mina-185954.html
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Todas las mañanas de lunes a viernes, Saori y Litzhi esperan, pacientemente, al frente de la bocamina los deshechos de mineral que los mineros dejan tras seleccionar el estaño o wólfram. Reúnen entre 10 y 15 kilos de chami, restos minerales, y lo colocan en una chaña (cernidor de madera). Durante dos minutos cada una sacude en el aire la chaña con fuerza para botar la tierra blanca inservible. Una vez que han separado el material pesado, le echan ácido y diésel para que se deshagan del cobre y otros minerales sin valor. Al no contar con protección adecuada, las dos chicas corren al menos dos metros del lugar para no respirar las sustancias de esos componentes. Mientras esperan, si no hay gente alrededor, se toman de las manos y se miran con complicidad. A su retorno, encuentran el complejo (mezcla de estaño y wólfram) listo para ser vendido.

Pero hoy domingo, Saori (21) y Litzhi (28) están lejos de la chaña, del chami, del ácido y del diésel. Están listas para disfrutar del fútbol. 

Se conocieron en octubre de 2014, mediante un grupo de chicas lesbianas en Facebook. A la semana, Saori —que le debe su nombre al personaje de animé Los caballeros del Zodiaco— se declaró a Litzhi, quien la aceptó por su carácter dulce y tierno. 

Después de enamorar un par de meses de manera virtual, Saori, nacida en el campamento de la mina Chojlla, en Yanacachi, viajó a La Paz a conocer personalmente a su pareja. 

Vivieron juntas dos años en la ciudad. Allí, Saori aprovechó para concluir sus estudios secundarios, mientras que Litzhi terminaba su carrera de electromecánica. Para mantenerse, atendían una tienda donde vendían una variedad de productos.

Dos años después decidieron irse a la tierra natal de Saori, a probar suerte en la mina.

***

Es una mañana de domingo de septiembre de 2017. Visten ropa deportiva azul, tenis negros del mismo modelo; y están en las graderías de la cancha del campamento de la mina Chojlla —a media hora del municipio de Yanacachi— atentas a que inicie el partido del campeonato interprovincial de los Yungas. Se preparan para alentar al equipo local que se enfrentará con el de Irupana. 

Desde muy temprano adornaron la entrada a la cancha con aguayos y globos de colores. Como el resto de los pobladores, están emocionadas por esta competición que se celebrará en este lugar tras 20 años de la anterior vez que fue sede.

—El fútbol nos ha unido—, me dice Saori.

—Además, las dos somos del Tigre— complementa Litzhi.

Hace unos meses sellaron su amor con un tatuaje en la muñeca. Saori lleva un Mickey Mouse y Litzhi, una Minnie Mouse, que se besan cuando las chicas unen sus manos.

Amor en el campamento

Desde el ingreso al campamento de la Mina Chojlla, el olor a ácido y otras sustancias invaden las fosas nasales de los visitantes y es necesario caminar muy rápido para escapar del mismo y evitar un dolor de cabeza. El fétido aroma se complementa con las construcciones de dos por dos metros de calaminas oxidadas que flanquean la mina, las desgastadas y sucias paredes blancas de la administración y gerencia, y las avejentadas herramientas para concentrar los minerales que combinan con el color ocre del cerro pelado otrora poblado por vegetación como el resto de Sud Yungas del departamento de La Paz.

El área habitable de la mina Chojlla está, aproximadamente, a 300 metros de la bocamina. Casas blancas con techos de calamina guinda, similares a las de las favelas de Río de Janeiro, resaltan entre los árboles y arbustos. Aquí el olor que llega de la mina se mezcla con la humedad de las hierbas y de las construcciones.

Al centro de las viviendas, construidas en ladera, está lo que da vida a este lugar y apasiona a sus pobladores: la cancha de fútbol que, a modo de hacer juego con el campamento, es de tierra plomiza y tiene baches que con la lluvia se llenan de agua.

A media hora del inicio del partido, tímidamente caen gotas que no son sentidas por Saori y Litzhi. Ellas se entretienen reconociendo a los jugadores de turno de la Chojlla. 

—¿Ese es el profesor no? 

—Está jugando el de la tienda de arriba.

Conocen muy bien a los jugadores y, en general, a casi los 1.500 habitantes, incluso Litzhi que recién está acá nueve meses. Desde que llegaron, las dos muchachas no pasaron desapercibidas en un lugar tan chico como la Chojlla. La gente las veía caminar juntas todo el tiempo e ir a trabajar como palliris (buscadoras, en aymara) en la mina. 

“Las dos trabajan juntas, son pareja. Yo creí que (Saori) era mujercita”, me dijo ayer su madrina, una vendedora de una pequeña tienda, a quien al mismo tiempo le agrada verlas juntas.

Como ella, muchos de los comunarios piensan algo similar. Las miran con atención cuando caminan por las calles. Principalmente las personas mayores, las juzgan por su elección sexual. Un exminero de unos 60 años comentó: “habían sido como chica y chico”, y se rió burlonamente. 

Esas miradas y comentarios no son percibidos por la pareja que incluso siente que sus vecinos apoyan su relación frente a la animadversión de la madre de Saori. Ella aún no acepta que a su hija le gusten las mujeres y que tenga novia. Lo mismo sucede con sus hermanos, que aunque en los últimos años no opinan sobre ella, cuando Saori tenía 18 uno de ellos le dijo: “Vos no eres mi hermana, vos eres lesbiana”. 

A sus 13 años, Saori sabía que le gustaban las mujeres. Su primera pareja, dos años después, fue una chica de una comunidad cercana. Desde allí su familia sabe y no acepta su orientación sexual. Mientras que Litzhi se dio cuenta de su gusto por las mujeres a los 15. No tuvo parejas hasta años después. Desde los 18 vive sola y en contadas ocasiones ve a su familia. Dice que sus familiares evitan opinar sobre su vida.

Recogedoras de desecho

—Era penal. ¡Arbitro cobrá pues!— grita Saori, tras ver que un jugador del equipo contrario empujó a uno de la Chojlla.

El partido ya está por terminar con el marcador cero a cero, por eso las chicas están nerviosas. Sufren cada instante que el balón está cerca de la portería de su equipo y cuando está cerca de la otra, Saori se levanta de la emoción, pero al ver que el gol ganador no llega se vuelve a sentar desanimada. 

El fútbol es una de las actividades que les cambia el semblante y el humor, que por lo regular están tensos. Esto principalmente en la pequeña casa de Saori, donde ambas comparten una misma habitación con su madre. Y donde, aunque saben que su mamá sospecha, deben fingir que son simplemente amigas. 

Ellas, la madre de Saori y una señora de la tercera edad, son las únicas palliris que rescatan el mineral en este campamento, en comparación con otros centros mineros como el del Cerro Rico de Potosí que concentra varias mujeres recogedoras de desechos que, al igual que la pareja, subsisten con esos ingresos.

Las dos hablan tranquilas y contestan risueñas sobre su situación económica. En una buena semana de palliris pueden ganar 930 bolivianos por unos 15 kilos vendidos, mediante el hermano de Saori, a la empresa que administra este yacimiento. Pero hace dos semanas no perciben ganancias a causa de los problemas entre la gerencia y los trabajadores no asalariados, que exigen mejores condiciones de contrato. La falta de dinero las pone en aprietos. Pese a eso, a las dos les gusta su trabajo. 

Saori es palliri desde los 14 años. Aprendió de su mamá que, tras ser abandonada por su esposo cuando su hija tenía tres años, se dedicó a esta labor para mantenerla a ella y a sus tres hijos. Así pudo conservar la vivienda que es exclusiva para trabajadores. Mientras que Litzhi sigue en proceso de aprendizaje en la recolección de mineral. Aunque ella está a la espera de ser contratada como personal técnico en la empresa y poner en práctica sus conocimientos de electromecánica, una vez se solucionen las demandas de los mineros independientes.

Saori quiere reunir dinero e irse de la Chojlla, pero al mismo tiempo le apena dejar sola a su mamá; siente que sus tres hermanos no le harán la compañía que necesita. Lo que sí tiene claro es que no quiere separarse de Litzhi  e incluso tiene planes, junto a ella, de ser madre de una niña.